La reciente DANA ha dejado un rastro de devastación en la Comunidad Valenciana, arrebatando muchas vidas y afectando profundamente a miles de personas. Las imágenes y noticias son desgarradoras, y para quienes han perdido a sus seres queridos o lo han perdido todo, la vida nunca volverá a ser la misma. Sin embargo, para la mayoría de los afectados, la vida continúa. Les esperan desafíos arduos: reconstruir sus hogares, recuperar sus negocios y empleos, y adaptarse a una realidad marcada por la pérdida.
El impacto emocional es evidente, especialmente para una generación que se ha quedado sin muchos de sus recuerdos físicos, incluso álbumes de fotos que eran un vínculo con sus seres queridos. Aunque las muestras de apoyo y solidaridad en medios y redes sociales brindan un consuelo temporal, lo que realmente necesitan los supervivientes son acciones concretas. La ayuda en forma de recursos materiales y, sobre todo, el pago ágil y justo de indemnizaciones, sin burocracias excesivas, resulta esencial para devolver algo de normalidad a sus vidas lo antes posible.
Sin embargo, más allá de la respuesta inmediata, es fundamental aprender de esta tragedia. La canalización del río Turia protegió a Valencia, pero desplazó el riesgo hacia municipios vecinos, evidenciando la necesidad de una planificación territorial que equilibre la protección de todas las áreas. Invertir en infraestructuras preventivas es crucial para minimizar el impacto de fenómenos meteorológicos extremos como este.
La intensidad de esta DANA fue excepcional, pero los expertos alertan que estos eventos se harán cada vez más frecuentes e intensos debido al cambio climático. No podemos permitir que la urgencia del momento nos haga olvidar lo importante: mejorar la planificación y prevención es clave para evitar que una catástrofe así vuelva a suceder.