El servicio de correo postal está muriendo lentamente a manos del correo electrónico y las empresas de mensajería. Con una estructura sobredimensionada y rígidamente anclada en el pasado, año tras año acumula pérdidas.
En un intento de detener la sangría económica que representa para las arcas públicas, se está potenciando la más rentable entrega de pequeña paquetería mientras que la calidad percibida del servicio postal ordinario va decreciendo a ojos vista.
Hace tiempo que los sindicatos de la entidad pública lo denuncian, argumentando que es un ardid del gobierno para que el público aplauda una posible privatización del servicio como una gran mejora.
Pero este año se han superado todos los récords. Ya se ha vuelto habitual que algunas zonas de oficinas dejen de recibir correo una semana y que ocasionalmente alguna carta quede extraviada o llegue con retrasos de hasta un mes. Pero por primera vez en la larga historia de nuestra empresa, este año simplemente se ha cancelado totalmente el servicio durante el mes de agosto en nuestra zona. El 3 y el 4 de septiembre nos fueron entregados dos enormes montones de cartas, con matasellos desde el 27 de julio.
Eso en una zona de oficinas en una gran ciudad como Barcelona. En un entorno rural, un día a mediados de agosto encontré en mi buzón todas las facturas de tres meses. La explicación ofrecida por los carteros fue en ambos casos la misma: Correos no está contratando personal para cubrir las bajas ni las vacaciones.
Antaño todos los países civilizados presumían de la eficacia de sus servicios de correos, que era un servicio vital al no haber alternativas tecnológicas. Inglaterra ya en el S.XVIII aseguraba orgullosamente que se entregaban las cartas en cualquier punto de la isla en 48 horas o menos empleando exclusivamente caballos y carruajes. Aunque Miguel Strogoff, el correo del Zar, tardó 3 meses en recorrer Siberia en la inmortal novela de Julio Verne, recibir cartas con más de un mes de retraso es algo que no se estilaba desde la Edad Media.
